Hace unos años, vino a verme una paciente desconsolada debido a una ruptura; tras el fracaso de su matrimonio. La angustia no se debía a la separación en sí, era ella quien la inició y se sentía aliviada. El dolor provenía del miedo y la desesperación: no creía que pudiera volver a encontrar otra pareja, y de la probabilidad de envejecer sola.
Era una mujer inteligente, llena de cariño, humor y generosidad, hermosa por dentro y por fuera. También percibí lo que podía ser un obstáculo en la creación y conservación de una relación de pareja: deseos claros y poderosos, frustración y enojo cuando no se cumplen, y una tendencia a la crítica.
Yo me sentía optimista sobre su posibilidad de encontrar una relación, no sólo porque el amor no tiene edad, sino porque ella lo deseaba profundamente y estaba abierta a entender lo que no había funcionado en sus relaciones anteriores y cambiar. Por otro lado, no quería oír hablar de sitios de citas o redes, no quería decirles a sus amigos que estaba buscando una relación para no provocar piedad o chismes. Es tan difícil ser vulnerable, arriesgarse…
Finalmente accedió a ingresar a uno de los sitios y, después de poco tiempo, se comunicó con un hombre que, en sus palabras, estaba más allá de lo que había esperado encontrar. Eran compatibles intelectual y físicamente, tenían intereses comunes, una cosmovisión similar en cosas esenciales y más. Aquí terminó el tratamiento, sintiendo que todo lo que podía desear se había hecho realidad.
Regresó después de unos meses, angustiada. Habían surgido, como es de esperar, diferencias que llevaron a discusiones y peleas con el novio, a quien ya amaba mucho, y temía que esta relación también terminaría como su matrimonio. Le pregunté qué querría de la terapia y me dijo: Quiero amor eterno. Quiero saber que esto no terminará.
La miré a los ojos y le dije con certeza: «Te puedo conceder amor eterno».
Ella me miró con una extraña combinación de deseo de creerme y un saludable escepticismo.
«Hablo totalmente en serio», dije. «Yo te prometo amor eterno».
«Pero …» agregué, «también hay letras pequeñas».
Ella esperaba la trampa y frunció la cara
«El amor eterno se entrega todos los días- por un día».
«Si hoy haces lo que hace una persona que ama: mostrar consideración, respeto, cariño, aliento, apoyo, interés, ayuda… él querrá estar contigo mañana. Y así, día tras día, durará para siempre».
«¿Y qué hago cuando estoy enojada?» me preguntó preocupada
«Mátalo», respondí, «pero mañana. Hoy se amable”.
Todavía están juntos, amándose día a día, para siempre.
Anabella.
Si quieres aprender más sobre la teoría Adleriana y sus aplicaciones a la pareja, la crianza y el crecimiento personal click aquí